Ya había mencionado que me encanta la filosofía cuando se acerca a la poesía, y eso es justo lo que ocurre en más de un momento del libro con cuya relectura me he entretenido estas últimas semanas.
Primero, comparto un párrafo que me trajo a la memoria otro hermosa idea de J. L. Borges. Primero veamos a Hume:
Son muchos los mundos que han podido ser remendados y parcheados a lo largo de la eternidad antes de formarse el sistema que ahora vemos; mucho el trabajo perdido, muchos los intentos estériles que, a lo largo de un tiempo infinito, han podido tener lugar en el lento y continuo aprendizaje del arte de hacer mundos.
Este hacer de la nada, este crear un mundo quizá sólo con la voluntad y el sueño, me acercó nuevamente a la magnífica ejecución de Las ruinas circulares, en manos del genio argentino:
El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder…
En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.)
Más adelante, el lúcido escocés (estoy hablando de David), empieza a elaborar una serie de argumentaciones, al mismo tiempo inteligentes, sarcásticas, reflexivas:
Este mundo, si se le compara con niveles de perfección superiores, es muy deficiente e imperfecto. Según lo que él puede saber, por tanto, solamente fue el primer y tosco ensayo de una Deidad infantil, que después lo abandonó, avergonzada de su pobre actuación; este mundo es solamente la obra de una Deidad subordinada, y es objeto de irrisión para sus superiores; este mundo es el producto de la vejez y senilidad de un Dios ancianísimo, y . después de su muerte, ha bogado a la deriva, moviéndose en virtud de aquel primer impulso y fuerza activa que recibió de él.
De manera paralela, como un juego de espejos, Borges responde:
Esa notoria antigüedad (aunque terrible de algún modo para los ojos) me pareció adecuada al trabajo de obreros inmortales. Cautelosamente al principio, con indiferencia después, con desesperación al fin, erré por escaleras y pavimentos del inextricable palacio. (Después averigüé que eran inconstantes la extensión y la altura de los peldaños, hecho que me hizo comprender la singular fatiga que me infundieron.) Este palacio es fábrica de los dioses, pensé primeramente. Exploré los inhabitados recintos y corregí: Los dioses que lo edificaron han muerto. Noté sus peculiaridades y dije: Los dioses que lo edificaron estaban locos. Lo dije, bien lo sé, con una incomprensible reprobación, que era casi un remordimiento, con más horror intelectual que miedo sensible. A la impresión de enorme antigüedad se agregaron otras: la de lo interminable, la de lo atroz, la de los complejamente insensato.
(El Inmortal, J.L. Borges)
Y sólo para terminar, un párrafo maravilloso, donde se conjugan la poesía y la ingenuidad de una Era definitivamente perdida:
Los imperios pueden crearse y extinguirse, la libertad y la esclavitud se suceden alternativamente, la ignorancia y el saber se turnan; pero el cerezo siempre permanecerá en los bosques de Grecia, España e Italia, y nunca se verá afectado por las revoluciones de la sociedad humana.