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Los libros comparten con los hombres algo abstracto: el honor. Hay libros y hombres honorables, que merecen cierto respeto, que han sido rodeados por un resplandor quizá merecido, acaso ficticio, forzado.
Pienso en el Ulises, de Joyce. Lo leí perseguido por un sentimiento de obligación. Lo disfruté como se disfruta un problema matemático complejo. Pero es un libro que jamás he recomendado.
No digo que sólo los autores menores sean recomendables, o que la literatura compleja deba ser debatida. Es sólo que muchas obras se hacen como ejercicio literario. Y nada más. No son obras para el gozo propio de la literatura. Son experimentos estilísticos, proyectos personales.
Son, en fin, obras importantes para la Historia de la Literatura, pero no para la literatura.
«Son, en fin, obras importantes para la Historia de la Literatura, pero no para la literatura.»
Como tantos, tantos libros que constituyen la base de la asignatura erróneamente llamada «Lengua y literatura»…
Un comentario muy acertado, que comparto plenamente.
Cierto. En particular recuerdo algunos libros que son obligatorios no por su calidad, sino por su nacionalismo. El sistema educativo está muy lejos de la filosofía globalizadora, aún pretenden formar ciudadanos antes que hombres libres.