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Se supone que debí ponerlo en La Lista, y esperar.
Pero comencé a hojearlo, y me decidí a leer un par de páginas. Sólo para ver el tono general de la narración. Además era tarde y trabajaba temprano al día siguiente.
La obra avanza con la cadencia característica de Saramago, con su lúcida inteligencia, con su magnífico humor.
A la una treinta de la mañana, poco menos, cerré el volumen. Era la página 98.