Tuve el impulso infantil de aplastar un pequeño bicho que se paseaba en la calle, muy cerca de mi bota izquierda. El pequeño insecto, indiferente, rodeaba pequeños obstáculos en una búsqueda primitiva y desconocida para mí. Yo me detuve. Lo vi pequeño, indiferente. Lo vi con la libertad propia de una vida breve, fugaz, sin consciencia de la muerte. Me pareció simpático y lo dejé pasar. No como quien perdona una vida o una deuda, lo dejé pasar como aquel que sabe que estorba una tarea importante.