La escritura es un juego malvado que toma a dos sujetos desprevenidos, por más que intenten fingir lo contrario.

Por una parte, tenemos a quien juega a ser escritor, un tipo con vocación de diccionario, de abuelo parlanchín que espera que sus nietos aguarden un minuto quietos para asombrarlos con cantos de dragones. Pero la literatura sucede cuando el sujeto toma una ducha, o está en el mercado comprando vegetales. Algo se rompe, como una presa inacabada que ve llegar los días de tormenta, y entonces el escritor no encuentra a mano una hoja de papel donde volcar sus amados demonios.

El lector es una especie aún más incomprendida, alguien a quien le llega la literatura, la de verdad, a mitad de un recorrido en autobús, cuando una frase rota escuchada al pasar lo sorprende, o cuando un compañero de asiento abre un libro y uno tiene que llegar a su destino sin haber adivinado el nombre del autor o del volumen que hipnotiza a este hombre que pasa las hojas con una lentitud que asombraría al mismísmo Cronos.

Hace algunos años intentamos un experimento que no por repetido nos estaba vedado: abrir un blog. El objetivo, como suele serlo en los hombres que aman las letras, era al mismo tiempo sencillo y grandioso. Queríamos una voz que se multiplicara en este espacio virtual, queríamos la ubicuidad que proporcionan estas máquinas que hemos creado para el horror, el amor y el asombro. Queríamos escribir y escribirnos, una especie de correspondencia pausada, con personajes irreales. Pero ante todo, buscábamos entonces y ahora, lo que ya habíamos realizado en los primeros años: una mesa compartida entre amigos, donde poder leernos mutuamente aquellos párrafos maravillosos que hemos buscado desde el primer día.

¿Que hemos logrado? ¿Es Atanor una fragua ruidosa donde los dioses caprichosos construyen poesía a través de nuestras manos? ¿O es una humilde bitácora donde dos amigos escriben para deleite y sopor de sus atribulados lectores? Más lejos de lo primero, creo yo, no podríamos estar, pero confío en que existe alguna frase dichosa que fue gozo para quien pasó por ella. El resto es un experimento feliz y me doy por servido.