Todo comenzó tarde, como las cosas buenas de mi vida. En el principio, existieron las ganas de un grupo de adolescentes por contarse historias, ideas y proyectos. Existió también una mesa desde la cual imaginamos eso. Luego de muchos años, esos relatos y esa mesa terminaron por convertirse en un nuevo sueño llamado Atanor.

Su territorio, conformado por 337 posts, 909 comentarios, 135,755 visitantes, incontables imágenes, una novela on line inconclusa, una santa patrona, 10 blogs hermanos, 4 posts pendientes de publicación y un número infinito de posibles posts futuros, un par de colegas tránsfugas y dos residentes definitivos, por lo dicho y lo no dicho (Foucault dixit), ha sido cobijo de mis desvelos y chispazos creativos desde entonces.

Atanor también es depositario de un sinnumero de comienzos en mi vida: mi primer intento de ciberescritura, el primer «foro» relativamente abarrotado donde he mostrado mi poesía de adolescencia, mi primer confesionario público, el territorio en el que intermitentemente va creciendo mi intento de novela llamado «con olor a pasto», el sitio que vio nacer mis burocuentos…

Ha sido, para decirlo en forma breve, mi patria virtual durante los últimos cuatro años. Desde aquí, los dos habitantes de este blog hemos derrotado demonios que antaño nos quitaban el sueño, nos hemos divertido y burlado del mundo y de nosotros mismos, hemos discutido y desmenuzado al universo para luego reconstruirlo y dejarlo intacto, nos hemos vuelto cómplices y también críticos de lo que el otro hace. En el trayecto, afortunadamente, hemos escapado de la trascendencia literaria, quizás porque nunca la pretendimos seriamente.

Ahora, es momento que Atanor sea fuente de nuevos principios: tal vez el comienzo de algunos finales (parafraseando a mi cantante favorito), tal vez la madre de nuevas rutas, tal vez tierra fértil para nuevos sueños… en todo caso, me gustaría que Atanor se convirtiera en el muelle al que inevitable e infinitamente se regresa antes de partir de nuevo.