-Pues nada, me voy esta tarde-

-¿Pero así, tan de repente? ¿A dónde?-

-Llevo meses planeándolo. Me voy del país-

-¡Del país! Nunca me dijiste nada en este tiempo. No entiendo ¿Y nosotros?-

-Nuestra relación, si algún día existió, terminó hace mucho, así es que no tenía ninguna obligación de decirte nada-

-Pero algo seguíamos teniendo, aunque hasta hoy no nos conozcamos en persona… bueno, pero ¿por cuánto tiempo te vas? A tu regreso tenemos que vernos ahora sí-

-Me voy por mucho tiempo, espero-

-Eso es demasiado ¿Quiere decir que nunca nos miraremos a los ojos? ¿Nunca podremos darnos siquiera un beso?-

-«Nunca» es un término que me resulta irrelevante. Todas las cosas tienen la posibilidad de ocurrir. Supongo que alguna vez podría suceder, si se alinean algunas condiciones-

-¿Condiciones como las que nunca pasaron para que tú y yo nos conociéramos luego de cinco años? ¡No me jodas con esa respuesta! Prometiste que aunque ya no tuviéramos una relación nos veríamos al menos una vez en vivo-

-¡No me jodas tú! Tuviste pareja durante tres años y jamás intentaste estar conmigo de verdad ¿Qué destino creías posible para una relación de teléfono y llamadas por video ocasionales? ¿Crees que con algún «te amo» suelto y un poco de sexo virtual podíamos ser realmente algo?-

-Pero terminé con esa relación y te busqué, aunque sólo recibí negativas de tu parte. Incluso cuando te invité a que nos fuéramos lejos un fin de semana, a conocernos, a descubrir toda esa historia que teníamos por delante-

-¡No pierdes tu lado cursi! Me cansé de esperarte tres años. Cuando al fin decidiste arriesgar, yo ya no tenía mucho interés. Había descubierto para ese momento que podía conocer a otras personas que sí me valoraran. Sabes bien que desde entonces he tenido varias relaciones y tú aceptaste que mantuviéramos una amistad a pesar de eso-

-Nunca sentí completa seguridad sobre tus sentimientos hacia mí y por eso no me decidía a abandonar lo que tenía. Acepté que mantuviéramos la amistad porque no tenía cara para pedirte que reconsideraras, pero también porque nunca perdí la esperanza. No por nada hemos seguido teniendo encuentros amorosos y pasionales, aunque sean virtuales, en los últimos años-

-Si te he dicho que te amo mientras tenemos «sexo distante» ha sido al calor del momento, no confundas. Aunque sí, nunca dejé de quererte, en cierta forma-

-¡Tenía razón entonces! ¿Por qué nunca buscaste concretar nuestro encuentro? ¡Vivimos en la misma ciudad, carajo! No es que estemos a quince minutos de distancia, pero pudimos habernos visto-

-Supongo que siempre imaginé que un día nos tendríamos que topar en esta ciudad que, al final, no es tan grande como para que dos se encuentren alguna vez. Creí que si eso sucedía, en ese instante sabríamos qué hacer y dejaríamos de estar imaginando escenarios irreales. Asumí que al verte a los ojos, mi corazón tendría la respuesta-

-Pero es que precisamente aún puede pasar eso. Por primera vez en este tiempo podemos saber exactamente dónde encontrarnos ¿A qué hora tienes que estar en el aeropuerto?-

-De hecho voy en el taxi, de camino, mientras te voy escribiendo. Salgo en dos horas y voy con el tiempo justo-

-¡En dos horas! De acuerdo, creo que podría estar ahí en 50 minutos. Tendremos los instantes suficientes como para saber si esto puede ser real-

-¿Real, cuando me voy sin saber si regresaré?-

-Nos hemos amado cinco años a la distancia. Podríamos sobrevivir a esta nueva circunstancia-

-Mira, lo confieso, nunca te dejé de amar, pero en estos últimos años tuve otras relaciones al mismo tiempo. Sabes bien que eso del amor incondicional me parece una imposición, una necesidad patrimonialista. Así como he amado a otras personas en este tiempo, he dejado de hacerlo. Podría pasar contigo también-

-Pero no ha pasado, a pesar de todo lo que hemos enfrentado desde que nos conocimos. Déjame verte unos minutos-

-Mi vuelo sale por la terminal tres. Es posible que tenga que entrar a la sala de abordaje en cuanto termine de documentar mi equipaje. Si logras estar ahí para entonces, sabré que es cosa del destino-

-Voy saliendo para allá. Verás que tocaré al fin tu mano, que nuestros labios podrán confirmar de una buena vez que encajan a la perfección. Que nuestras miradas harán detener el tiempo cuando se abracen-

-¡Y sigues con la palabrería barata! Apúrate mejor, que también quiero verte-

***

Te conocí en aquel sitio para buscar parejas que me recomendaron los amigos que me vieron en las condiciones deplorables en que me mantenía la relación con esa persona que envenenaba mi corazón por aquellos tiempos, y de la que tanto te platiqué. Aunque me aterraba ser infiel y dejar a mi pareja, me atreví a probar suerte.

Desde las primeras líneas que intercambiamos supe que tú serías inolvidable. Confieso que no vi que tuviéramos muchas cosas en común (ni siquiera compartíamos los mismos gustos musicales, y tú sabes que eso me importa mucho a la hora de elegir a alguien), pero tenías -y sigues teniendo- ese halo seductor que está presente en todo lo que haces. Decías las cosas más simples con una chispa que las hacía ver interesantes. Transitabas por la vida con una convicción de ligereza que me hacía imaginar que tus pies no alcanzaban el suelo casi nunca, que flotabas incluso por encima de los problemas. Creo que en el fondo me atraía la idea de poder tener un poco de esa paz interna que llevabas como disfraz.

Cada vez que platicábamos por teléfono mi cuerpo se erizaba de forma tan automática y profunda, que perdía el control sobre mí. Amaba esa explosión de adrenalina en el estómago cada vez que nuestras voces se encontraban.

Luego vino ese momento en el que naturalmente nos comenzamos a cuestionar si debíamos darnos una oportunidad real y, es cierto, me acobardé. La idea de dejar ese infierno conocido por la posibilidad de construir uno nuevo contigo me resultaba desconcertante. Pero lo más duro fue que, a partir de que te dije que no podía intentarlo, mi mente no dejó de atormentarme con fantasías detalladas de cómo pudo haber sido una historia a tu lado.

Por eso cuando me dijiste que te ibas, sentí que mi cuerpo era atravesado a la mitad por tus palabras y que toda posibilidad contigo se diluía. Tomé mi abrigo y le inventé cualquier excusa a mi jefe para salir de la oficina. Pensé en llamar a un taxi, pero en cuanto crucé la salida vi que se aproximaba uno y lo llamé con la mano. En ese momento sentí que el futuro me sonreía, que nuestros astros al fin se alineaban. Para sumar buena fortuna a todo esto, mi viaje duró solamente 35 minutos. El destino quería en verdad que nos encontráramos.

De camino imaginé las muchas cosas que tenía para decirte, los tantos sabores y texturas que al fin conocería de ti. Repetía una y otra vez la escena en mi mente y le iba ajustando detalles para que fuera perfecta. Supongo que todos en algún momento abrazamos esa vocación de directores de cine y terminamos por aprender el oficio a base de imaginar historias que podrían o que pudieron ser.

Bajé del taxi y observé durante dos segundos el letrero que anunciaba la terminal acordada, para corroborar que había llegado al lugar correcto. Sentí una cosquilla en todo el cuerpo porque nunca habíamos estado tan cerca como hoy. Escuché un vehículo arrancar a toda velocidad y pensé que tal vez era el que te había depositado aquí, en este que sería el punto de partida de nuestra historia, pero nadie descendió del vehículo. Examiné los alrededores con la vista y no apareciste. Supuse que habrías tenido la misma fortuna que yo al trasladarte y que ya estarías adentro desde hace rato.

Exploré durante unos quince minutos sin éxito. Incluso entré a las tiendas, pero no te he podido localizar. En verdad que me emociona nuestro encuentro. Estoy por ir al mostrador a preguntar por tu vuelo, pero antes quise dejarte este mensaje para que mejor fijemos un sitio para vernos. Te amo.

***

No recuerdo exactamente en cuál de los muchos sitios virtuales que visitaba te conocí. Sólo recuerdo que me molestó tu aire presuntuoso, con todas esas palabritas adornadas que te gusta usar y tu capacidad para complicarlo todo cuando piensas de más (que es casi siempre), pero supongo que fue eso mismo lo que me terminó por seducir de ti.

Poco a poco, tu manera de encontrarle ángulos nuevos a todo me fue mostrando cosas que antes no podía ver. A veces incluso me bastaba simplemente con escuchar tu voz del otro lado de teléfono, contando tus historias, para que se me erizara la piel, aunque no tuviéramos sexo telefónico. Te confieso que incluso al principio ni siquiera me gustabas mucho, pero siempre hubo algo en ti que me hacía quedarme a descubrirte.

Te fuiste convirtiendo en una parte indispensable de mis días. Cuando no podíamos hablar porque tu pareja estaba al acecho, no podía evitar esa sensación de vacío en el estómago. Nunca antes alguien había logrado hacerme sentir así y, ahora que lo pienso, nunca más permití que alguien me lo hiciera sentir después de ti.

Hubo un momento en el que realmente consideré verte en vivo y no dejarte regresar a tu casa. Robarte para mí, exiliarte de ese al que llamabas tu infierno autoelegido, pero la sola idea de perderte nuevamente cuando la culpa te invadiera y decidieras partir sin mí me paralizaba. Prefería no tenerte nunca que verte partir con mi corazón entre tus manos, pero sin mí. Lo sé, también yo tengo mi lado cursi, aunque casi no te lo he compartido. Es una faceta de mí que nadie había despertado como tú.

Esta mañana decidí aceptar una invitación de un viejo amigo que vive al otro lado del océano para probar suerte allá y recomenzar mi vida. Pensé por un instante en desaparecer sin que lo supieras, pero tenía que hacértelo saber; para que te doliera hasta los huesos y para saber si, por primera vez, intentabas luchar por mí.

Me emocionó ver tu reacción y tus ganas de verme contra todo pronóstico en contra. Casi sin revisar mi boleto te dije, de memoria, el sitio donde podías encontrarme, mientras abordaba el vehículo.

De camino al aeropuerto repasé nuestra historia. Recordé cada enojo, cada sonrisa, cada lágrima, cada punzada en el vientre que he experimentado desde que llegaste a mi vida. No puedo negar que te odio porque te amo, como decía un poeta que leí cuando estudiaba la preparatoria.

Los últimos minutos de trayecto los viví con un indescriptible desborde de sensaciones que me hacían difícil respirar. Le pedí al taxi que se detuviera en la puerta 3 y, al voltear a mi destino, te vi ahí de pie, con la misma perfección con que te vestí durante estos años, intacta; con ese aire de complicación tan tuyo adornando la escena; con esa impaciencia a cuestas con que contagiabas el ambiente. El amor que había sentido por ti hasta ese momento no hizo más que multiplicarse. Al fin estabas a unos paso de mí. Imaginé durante dos segundos nuestro encuentro. tu aliento sobre el mío formando un torrente imbatible.

Me interrumpió el conductor para solicitarme el pago del viaje. Por precaución, observé mi boleto para corroborar que mi llegada estuviera correcta. Una carcajada irónica y estruendosa sonó en mi mente. El boleto marcaba que mi vuelo salía por la terminal 2, que, como sabes, quedaba aún a 10 minutos de distancia. Debí haber abandonado mi trayecto en ese instante, pero no pude romper con esa perfecta estampa de tu silueta buscándome, ni con esa sensación de tenerte tan cerca sin tenerte. Era la descripción perfecta de lo que habíamos sido hasta ahora y de lo que jamás seríamos.

Le pedí al conductor que me llevara rápido a la otra terminal. El sonido de su vehículo acelerando llamó tu atención por un instante, pero tu mirada estaba en otro lado, tal vez en búsqueda de mis ojos. Estuve a punto de enviarte este mensaje, con la explicación de todo, pero supongo que al preguntar en el mostrador te habrán informado de la broma cruel que nos jugó la vida, así es que decidí que nunca recibirías este texto. Buena suerte y mi amor eterno para ti.