Una buena caminata matutina siempre sirve para ordenar las ideas. No obstante, estos meses de andar por las calles, con el virus y el confinamiento a cuestas, han sido extraños.
Hay lugares de mi tránsito en los que no es posible encontrar a otra persona caminando, en los que incluso el sonido de mi respiración es el la melodía que más nítida se puede percibir.
Pero en otros tramos de mi recorrido, parecería que nunca se enteraron que había que tomar medidas preventivas. Es más, cuando atravieso por esas calles, suelen regalarme toda una colección de miradas de desprecio, burla o incredulidad por verme usar el cubrebocas.
A mí no me preocupa eso, ni tampoco seguir saliendo a caminar. Lo prefiero a permanecer en mi diminuto departamento todo el día, sentado frente a una pantalla y con las piernas entumidas. Cinco kilómetros a través de las calles, y un par más al dar vueltas en la pista del parque en el que desemboca mi travesía, son una rutina fantástica para estos tiempos.
No obstante, procuro salir bien enfundado con esta prenda que otros ven como mordaza, y a la que yo le he encontrado muchas cualidades recientemente. En particular, he descubierto que ahora puedo ejercer con plena libertad mi actividad favorita: platicar conmigo mismo mientras avanzo por las avenidas.
Confieso que siempre he practicado esta peculiar disciplina pero, antes de la contingencia, solía ser un ejercicio un poco incómodo, pues en más de una ocasión me llegaron a observar con curiosidad clínica, como si pensaran en detenerse un instante y recomendarme una estancia larga en el psiquiátrico más cercano.
No es que me molestara entonces hacer una visita ocasional al nosocomio de especialidad. Más bien era esa sensación invasora que me quedaba luego de saber que otros podían interrumpir con una mirada inquisidora, en franca lectura labial, mis pensamientos. Odiaba la idea de perder ese espacio íntimo que tanta alegría me daba.
Ahora es diferente. La gente puede, cuando mucho, observar que mi quijada se mueve y, a partir de ahí, especular si estoy conversando, si me quejo de algo en particular o si me dedico a esa laboriosa tarea de masticar algún alimento con el cubrebocas a cuestas; pero no pueden tener la certeza de mis palabras o de mis ideas, como antes.
Y la verdad, debo decir que desde que este bendito virus mandó a la gente a guardarse, he sostenido charlas interesantísimas conmigo respecto a los más variados temas: sobre mis canciones favoritas, y cómo el orden de preferencia en mi ranking puede cambiar según mi estado de ánimo; sobre lo malo que es el jamón que compraba antes en el supermercado, y que he cambiado ahora por uno de mejor sabor que, además, se puede pedir a domicilio; sobre lo benéfico que fue haberme divorciado un año antes de esta contingencia y así poder pasar a solas este encierro, sin tener que cargar con alguien más; y, por encima de todos los temas, sobre las muchas lecturas que he podido hacer ahora que no tengo que perder tiempo valioso al desplazarme a una oficina durante más de una hora.
Aunque tengo la obligación laboral de mantener contacto virtual con la oficina central de mi empresa, sólo se requiere que lo haga para presentar a los directivos los avances comprometidos en los proyectos que dirijo, además de las dos revisiones semanales con mi equipo para monitorear avances. El resto del tiempo lo dedico a avanzar en mis tareas y a leer todo lo que no pude en años anteriores. La vida no podría ser tan buena como lo ha sido durante estos meses.
Esta mañana amaneció más fresco y decidí montarme una chamarra gruesa que, añadida a mi adorada mordaza, me han hecho sentir un poco torpe al andar, como si anduviera con un traje espacial encima. A pesar de ello, no dejo que disminuya mi ánimo. Mientras avanzo en mi rutina, comienzo a hablar en voz alta, por supuesto, sobre lo gracioso que me he de ver al caminar con estas ropas. Seguro pareceré un pingüino.
Después de eso, he decidido transitar hacia un monólogo exquisito sobre cómo el sudor provocado por estas ropas ha hecho que reconozca partes de mi cuerpo que ni siquiera recordaba; para luego rematar, antes de arribar al parque, con una perorata sobre mi arrepentimiento por mantener en mi vestidor ¡y luego usar! una chaqueta tan pesada y antigua, en lugar de haber adquirido la ligera y cómoda ropa térmica que vi el otro día en un catálogo en línea.
De ahí, me muevo hacia mi cotidiana charla que busca hacer futurismo de mis lecturas. Particularmente en la novela policiaca que ahora ocupa mi tiempo libre, me interesaría saber si aquella señora malhumorada de la estación de policía tiene algo que ver con el criminal que recién han capturado, y que le ha dedicado una mirada de complicidad a la mujer apenas ha llegado a la estación. Esta misma noche saldré de dudas, porque seguro que en el siguiente capítulo lo resuelven y no pienso dormir hasta terminarlo.
Llego al parque y me enfilo hacia la pista, para comenzar mis acostumbradas quince vueltas a la pista. Decido cambiar el tono de mi charla y ponerme serio. Comienzo a hacer un repaso de los pendientes en mis proyectos y un recordatorio de las metas comprometidas y los plazos en que deberán alcanzarse. Mientras lo hago, observo cómo algunas personas me ven, sorprendidas, y juraría que piensan que estoy en una llamada de trabajo mientras corro. No es la primera vez que me ocurre y, la verdad, me divierte bastante ver sus caras de asombro.
Mientras converso en voz alta intentando recordar el criterio que mi equipo de trabajo decidió para determinar la tasa de descuento del proyecto de inversión en el destino hotelero, noto que una persona lleva un rato trotando a mi ritmo.
Observo un poco y veo que nuestra sincronía en el trote es sospechosamente similar. La volteo a ver y, lo primero que identifico es que está absorta en sus pensamientos, tal como yo estaba hasta hace unos instantes.
El segundo dato que recolecto, en el siguiente vistazo, es que se trata de una mujer, posiblemente un par de años menor, con un par de ojos color miel que retienen mi vista por más segundos de los que yo quisiera, hasta que ella nota que mi atención se ha posado en ellos, y voltea, más en un afán de ahuyentarme, que de fijar su atención en mí. No obstante, su mirada y la mía coinciden durante tres largos segundos que se han alargado hasta volverse infinitos, como noches de invierno.
De pronto, una sensación de alerta, ante el hecho de haber caminado muchos metros sin observar al frente, me hace retornar la visión hacia su curso original. MI corazón acelera y, estoy seguro, no tiene que ver con el trote que mantengo. Doy una nueva ojeada a mi compañera de caminata y veo que es muy atractiva. Siento que mis piernas comienzan a perder fuerza. No había experimentado algo así desde hacía muchos años.
He notado también que dejé hace un buen rato mi conversación de lado. Para disimular, la retomo, aunque creo que no estoy diciendo nada coherente en este momento.No obstante, alcanzo a escuchar que ella también platica algo. Volteo en forma discreta y descubro que ella también está absorta en su monólogo particular.
De repente siento una libertad insospechada. Una loca idea atraviesa mi cabeza. Decido comenzar a lanzarle piropos, a sabiendas de que es muy probable que ella no me escuche. Esta nueva impunidad ha desatado lo mejor de mi imaginación y eso me tiene muy emocionado. Luego de cumplir con mi recorrido, abandono la pista y observo que ella continúa, sin inmutarse, su paso. Me desilusiono un poco, pero regreso a casa contento con esta experiencia.
Al día siguiente repito mi rutina, pero ahora me impulsa la idea de volver a encontrar a esta mujer. Llego al parque y comienzo mi caminata sobre la pista. No hay aún señales de ella. Hasta después de unos 20 metros, siento una presencia cercana y, al voltear la cara, veo que ella nuevamente ha decidido andar por esta pista y hacerlo a la misma velocidad que yo. De nueva cuenta comienzo con mi coqueteo, que otra vez se queda sin respuesta.
Al tercer día intento algo nuevo. Comienzo a platicarle sobre mi vida y mis proyectos en la empresa. Alcanzo a escuchar que ella también platica cosas pero, como no voltea, asumo que se trata de su charla personal y que en ella no estoy presente. Luego de ese día, me resigno a la idea de que esta mujer sea simplemente una compañera de trote y acepto que nuestras conversaciones paralelas jamás se tocarán. Luego de mi divorcio dejaron de preocuparme los asuntos amorosos y no resulta tan mala idea que esta mujer sólo sea una acompañante accidental de mis caminatas. Es más, me gusta saberla tan lejana y próxima a la vez.
Cuarto, quinto, sexto, séptimo día. Esto se ha convertido ya en una rutina muy placentera. Creo que hasta la fecha, le he platicado muchas cosas de mi vida, incluso algunos de mis más terribles secretos.
En este anonimato de la mordaza, de su lejanía, de nuestras conversaciones paralelas, me siento muy confiado para hablar hasta de mis más terribles sufrimientos. Ni siquiera estoy seguro ya de querer dirigirle la palabra intencionalmente algún día. Me gusta mucho esta relación ambigua que hemos construido hasta ahora.
Es el octavo día y ella luce particularmente hermosa. Por primera vez he sentido la necesidad de atravesar la empalizada y hablarle de frente, pero todas mis inseguridades han decretado golpe de Estado a mi voluntad y, finalmente, me he acobardado. Mantengo la rutina acordada y cumplimos con nuestros objetivos de caminata y charla en los términos que, aunque no hemos acordado, tenemos bien aceptados.
Noveno día. Siento una cosquilla en la panza antes de verla, pero cuando ella empareja su ritmo con el mío, me decepciono un poco a sabiendas de que no habrá punto de inflexión en todo esto. Finalmente he entendido que nos quedaremos así infinitamente y no sé si estoy dispuesto a continuar con esta rutina por más tiempo. Algo inusitado acaba de ocurrirme: por primera vez en mucho tiempo no tengo ganas de platicar nada en voz alta. Decido simplemente caminar, al ritmo de la marcha maldita, en este intersticio insoportable que hemos decretado esta mujer hermosa y yo.
Sigo escuchando los balbuceos de esta fémina, pero ahora, noto que puedo entender algo de lo que ella dice. Está enfrascada en una diatriba. Le dice a alguien, seguramente imaginario o distante, que está cansada de hablar sin ser escuchada. Le plantea que desearía tanto que él hubiera podido opinar sobre todas las cosas que le ha contado hasta ahora. Que desearía tanto avanzar unos centímetros y romper esta danza absurda que los mantiene tan alejados.
Dejo de escuchar, pues siento que la boca de mi estómago experimenta un golpe de calor repentino. Luego sobreviene una sensación de esperanza y angustia que me invaden en forma sincronizada ¿Me está hablando a mí?-pregunto al aire, al tiempo que afirmo. Todos los anhelos posibles, todos los sueños del mundo se me aglutinan en los ojos ahora, en una suerte de aleph maravilloso que me inunda y me desborda.
Giro el cuello y dirijo la mirada a aquel par de ojos hermosos que ya me esperan para que encalle. Su mirada al fin es océano que se muestra majestuoso ante mí. Sus pupilas y las mías se tocan en un abrazo que podría permanecer así hasta el final de los tiempos. Su quijada, tras el cubrebocas, se arquea un poco, y forma lo que parece ser una sonrisa. Respondo con un gesto similar y arribamos a la eternidad de un instante que ambos hemos decidido adoptar como nuestra nueva nacionalidad.
Me gusta mucho esta descripción y esta «sincera confesión» de hablar con uno mismo (que entre otras cosas es una actividad muy importante para el ser humano). tranquilamente lo leeré todo; tienes un estilo nuevo e interesante para mi 🙂
(ti chiedo scusa se farò degli errori di lingua; amo tantissimo lo spagnolo ma non lo parlo ancora molto bene)
🙂
No te disculpes!!! Lo hablas muy bien. Muchas gracias por tu comentario. Este relato forma parte de una colección sobre la pandemia en la que estuve trabajando todo el año pasado y principios de éste. Sin duda el diálogo interno es una actividad fundamental incluso para mantener la salud mental! Grazie per i tuoi parole!
¡muchas gracias! Tengo mucha curiosidad por conocerte como escritor. 🙂
Pues yo encantado de que me leas y más que me compartas tus impresiones!!!
También me puedes hacer comentarios, si prefieres, en edgarsan30@gmail.com