Martes 25. De acuerdo con el pronóstico del clima, la temperatura actual es de 32 grados centígrados y el viento se desplaza, en este punto particular del planeta, a una velocidad de 50 kilómetros por hora. En la avenida principal de esta ciudad, entre las calles de intransigencia y estulticia, se escucha un reportaje radial en el que se señala que la velocidad a la que se desplaza la saliva emitida, tras un estornudo, puede ir entre los setenta y los ciento cincuenta kilómetros por hora.
Son las 2:45 de la tarde. Mientras la voz del locutor comparte esta valiosa información, un hombre de 45 años que va caminando por ahí, siente una fuerte picazón en la nariz mientras se desplaza. Dirige su mano hacia esa coordenada de su cuerpo para intentar atajar lo que parece inevitable. Posa la palma sobre la boca, que en este momento está desnuda, pero el estornudo supera a sus reflejos y avanza veloz por el aire.
En la misma ruta que este disparo líquido transita una muchacha que camina apresurada, con el bolso al hombro. Su atuendo es pulcro y formal. Se nota que va de regreso a su oficina luego de la hora de comer y que, por las prisas, ha dejado su cubrebocas abajo de la nariz. Apenas logra sentir -como una caricia de viento que le permite soportar el calor del ambiente-, a esta brisa infecta que ahora la invade, pero muchas de las miles de partículas que acaban de abandonar el otro cuerpo alcanzan a introducirse en su organismo.
No lo sabe, pero a partir de este momento, un maravilloso mecanismo de reproducción, que crece en forma exponencial, comenzará a desarrollarse dentro de ella, hasta invadirla por completo, si la buena fortuna sigue acompañándonos. Millones de microorganismos encontrarán ahora un nuevo territorio para construir un hogar que, las más de las veces, será transitorio, pero necesario para mantener su paso por el mundo.
Debe decirse que no se puede prosperar en esta fantástica aventura sin un poco de suerte. Si la temperatura ambiente o la velocidad del viento hubieran sido diferentes, si el señor hubiera tomado en serio la sugerencia de usar una prenda para cubrir su boca y nariz, o si la muchacha hubiera terminado de comer unos minutos antes y hubiera contado con tiempo suficiente para ajustar mejor su cubrebocas, yo no habría podido llegar a esta nueva demarcación. Sí, lo has adivinado, quien te narra este relato es el virus. Déjame contarte mi travesía.
Apenas arribar a este nuevo destino, comienza una labor ardua de colonización. Lo primero es adherirse a alguna célula de la mucosa de la garganta y, de ahí, introducirse en su membrana. Si alguien pudiera retratar este momento, seguro vería una sensual danza fecunda y mortífera, en la que el vaivén del forcejeo anticipa nuestra fatídica victoria sobre los habitantes más pequeños de este cuerpo.
Y es que, luego de penetrar al enemigo, comienza la tarea de multiplicarnos en su interior, hasta que somos tantos que la célula se desborda de nosotros, moribunda, y cae definitivamente abatida. De ahí, nuestros vástagos buscarán reproducir este patrón hasta que no quede un solo lugar en el que no estemos presentes.
Ahora que hemos entrado en el cuerpo de esta muchacha, hemos intentado movernos rápido, sin alcanzar la velocidad de otros cuerpos, lamentablemente. Ella es fuerte. Mientras nos alojamos en la garganta comienzo a notar esto y decido que vale más probar con otro organismo, porque en éste queda claro que no tendremos mucho éxito. Convenzo a algunos de mis colegas y buscamos la mejor ruta de salida. Nos despedimos del resto deseándoles buena suerte en esta empresa, aunque sabemos que muchos de ellos sucumbirán pronto.
No es difícil movernos hacia la boca de la muchacha y, en un nuevo golpe de suerte, resulta que ella tiene novio y justo lo ha visitado hoy en su departamento, después de salir de la oficina. Hace algunos días que no se ven y esa juventud que aún se les desborda hace que, apenas estén uno frente al otro, comiencen una feroz batalla por conquistar esa otra boca, por exfoliarse los cuerpos con la piel ajena, por inundarse en este sudor compartido que ha quedado después del amor.
Con tal nivel de efervescencia, ha sido sencillo desembarcar en el cuerpo del muchacho. Un pequeño contingente avanza para explorar el terreno y, muy pronto, comenzamos a colonizar.
Miércoles 25. El muchacho ha despertado algo afectado ya. La cabeza le retumba, con fuerza tal que es incapaz de escuchar sus pensamientos en forma clara, y sus articulaciones duelen cada vez más. Ha pasado toda la noche tosiendo, al mismo ritmo en que nuestros ejércitos han logrado tomar un número importante de provincias de este novel reino.
Su novia no lo sabe aún, porque tienen poco tiempo de estar juntos, pero este reciente treintañero tiene problemas de coagulación para los que debería tomar las pastillas que le recetó hace un año un médico, pero suele olvidar hacerlo un día sí y los siguientes tres también. Este cuerpo es, sin duda, más apetecible que el anterior.
Jueves 26. El avance de las tropas ha sido muy exitoso y hemos logrado establecer colonias en casi todo este organismo. Su temperatura se ha elevado considerablemente y sus glóbulos blancos han intentado defender con honor el terruño, pero seguimos siendo más en número y nuestro espíritu combativo se mantiene alto.
Aunque la misión lleva buen rumbo, comienzo a pensar que necesito nuevos desafíos. La idea de cambiar de cuerpo me seduce, poco a poco, hasta volverse una convicción. Debo seguir esta aventura de conquista tanto como me sea posible.
Viernes 27. He regresado a la boca del muchacho para planear la siguiente misión. En esta ocasión, sólo he llamado a unos pocos congéneres para que me acompañen, pues ha quedado demostrado que mi capacidad de reproducción es alta y no necesitaré muchos más acompañantes si tengo la fortuna, como hasta ahora, de encontrar otro cuerpo vulnerable.
Precisamente los astros parecen alinearse a mi favor, porque la madre de este muchacho ha acudido hoy a visitarlo para llevarle comida y algunos medicamentos. Aunque usa cubrebocas, ha tenido un fatal descuido al introducir el termómetro en la boca de su hijo, para luego tocarlo con las manos. Nos adherimos al tubo de cristal. Ahí, en este alojamiento temporal, permanecemos unos minutos en espera de que olvide lavar las manos. La maniobra ha sido arriesgada, pero puede resultar.
Con todo el ritual de preparación de la comida para el vástago, la señora efectivamente ha olvidado lavar sus manos y una bendita picazón en la nariz, producto de largas horas de uso del cubrebocas, ha hecho que, finalmente, esta mujer introduzca sus dedos para saciar aquella urgencia de matar la comezón. Hemos franqueado la primera empalizada. Ahora, a la rutina acostumbrada.
Sábado 28. Con esta señora la cosa ha resultado demasiado fácil. El proceso de réplica nos ha resultado más rápido que en ocasiones anteriores, y sus defensas, notoriamente disminuidas e ineficaces, han sido más unos aliados que enemigos en esta tarea. En unas cuantas horas, ella experimenta síntomas que la hacen tumbarse en cama muy pronto. Comienzo a pensar que me aburriré muy rápido y necesitaré un nuevo reto.
Domingo 29. Es notable la forma en que el amor suele acompañarse de lealtad. Ni bien amaneció, el esposo de esta señora la ha llevado al hospital, porque sus síntomas eran ya muy fuertes y su capacidad de respiración muy limitada. La han regresado a casa con un tanque de oxígeno, cual centinela, para mantener el ritmo pulmonar, no sin antes aplicarle una dosis de corticoides que comienza a inquietarme. Mi intuición de ayer era correcta y es momento de dar el siguiente salto. El esposo parece buen objetivo.
Lunes 30. Debo reconocer que la vanidad es un dulce veneno que, una vez que te envuelve en sus coqueteos, anula tu buen juicio y te conduce a una derrota segura. Entrar al cuerpo del esposo fue extremadamente simple. Este señor, que se negaba a llevar a cabo medidas de protección con tal de no estar lejos de su esposa, ha sido el objetivo más fácil de penetrar en mucho tiempo. Comienza la avanzada de nueva cuenta.
Martes 1. Ya en el cuerpo del esposo, me instalo a mis anchas y creo vástagos a placer, que también se han desdoblado a una velocidad inusitada. Siento una cosquilla, un impulso irracional por extenderme por todo ese territorio, por poseer a este anciano que encuentro demasiado apetecible para declarar mi reino definitivo. No, no puedo quedarme aquí, si existen aún otros muchos cuerpos por conquistar.
Ordeno a las tropas actuar sin miramientos y atacar a cuanto soldado enemigo encuentren. En unas cuantas horas, esta persona ha disminuido su oxigenación en forma considerable y su hijo, que ya comienza a recuperarse, decide enviarlo al hospital.
Miércoles 2. Una idea pequeña, pero inquietante como zumbido, me circunda. Esto de la hospitalización no me da buena espina, pero estoy tan extasiado observando cómo mis pequeños han logrado penetrar en casi todo el organismo, que decido minimizar este pensamiento. Seguramente es esa duda recurrente que aparece cuando la victoria se presenta de forma tan sencilla. Debo, más bien, concentrarme en terminar esta empresa y planear el siguiente asalto.
Jueves 3. Acabo de recordar por qué solía hacerle caso a esas advertencias que se me aparecen, frecuentemente, durante la batalla. El señor ha sido aislado en un cuarto, en estado crítico, y no hay prácticamente ninguna persona cerca para comenzar un nuevo viaje de conquista. Sólo acude ocasionalmente un médico que va totalmente cubierto y no ofrece ninguna posibilidad real de contagio. Podría arriesgarme a quedar adherido a sus ropas, pero permanecer en el ambiente por mucho tiempo casi siempre es apostar a una muerte segura. Necesito idear un plan alterno en forma rápida.
Viernes 4. Ahora sí estoy realmente preocupado. Sigo sin encontrar una vía de salida y este hombre comienza a mostrar signos de que no resistirá mucho más. Incluso algunos de mis congéneres, no tan listos como yo, han comenzado a notar que el panorama no luce prometedor. En un acto desesperado, pero absurdo, han acelerado su proceso de reproducción, pensando que eso los salvará, pero sólo ha hecho que el paciente se enfile en una ruta descendente cada vez más acelerada hacia la muerte. Por primera vez desde que comenzó esta guerra tengo miedo.
Sábado 5. Todo está perdido. Hace unos instantes empezaron a fallarle a este viejo algunos de los órganos y ciertos tejidos han comenzado a morir. Veo caer a muchos de mis mejores reclutas y, ahora sí, me he dado por vencido. Me doy cuenta que mi soberbia nubló esa visión tan nítida con la que logré darle a mi especie algunas de las victorias más memorables. No pude contra esa adictiva sensación de poder conquistar, de forma cada vez más fácil, los nuevos territorios.
Ahora estoy en este cuerpo, atrapado sin posibilidades de escape, esperando un final tan patético como sublime: yo que he sido un vehículo de muerte caigo ahora vencido, desbordado por esa noble misión.
Me informan que las bajas han comenzado a crecer. Ya sólo puedo pensar en cuanto tiempo me queda por delante. -Mi general-, me dice uno de mis subalternos, -me informan que el corazón acaba de detenerse. El final es inminente.
Luego de comunicármelo, este fiel soldado ha enloquecido y comienza a intentar penetrar células muertas. Veo, entonces, cómo una enorme oscuridad comienza a cubrir todo alrededor. Para los humanos, ésta será una victoria pírrica, porque aunque habrán detenido la propagación de mi especie, será a costa de perder una vida, aunque en realidad se habrán perdido muchas más: las de todos mis soldados y la propia, en principio de cuentas.
Un último pensamiento me acompaña en este desenlace. Pienso en cuán injustamente nos clasifican los humanos, como amenaza, aunque nosotros simplemente intentamos, igual que ellos, sobrevivir, haciendo lo que sabemos hacer, que no es muy diferente a lo que los impulsa a ellos: llegar, observar y vencer, como lo dijo alguno de sus personajes históricos. También perecemos de formas similares, regularmente súbitas e imprevistas, pero muchas veces producto de la arrogancia. Luego de pensar esto, observo como esa mancha negra que va matando todo a mi paso se aproxima a mí. Ha comenzado a invadirme y dejo de sentir todo alrededor. Dejo que esta marea de vacío me abrace y me cubra con su manto amoroso.
ooooh pobre “virucito”, ha muerto!!!
ooooh pobre “virucito”, ha muerto!!!
Por andar de soberbio, jajaja
¡¡Guau!! Eso es increíble!!!!!!!! ¿Podrías también ir a ver el blog de mis equipos somos simples estudiantes de 8º grado tratando de expresar nuestras opiniones! tsms8std.wordpress.com
Por favor, siga, estamos en el 99 🙂
estoy muy emocionado
Muchas gracias por tu comentario!!! Leeré su blog!