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Mayu piensa con una rapidez que no deja de sorprender a sus colegas. A base de práctica, ha logrado convertirse en una máquina de procesamiento de información y de análisis preciso de escenarios de riesgo. Ha debido hacerlo así porque una mujer, en el mundo financiero, tiene que desarrollar habilidades extraordinarias para despuntar.
Está muy cerca de convertirse en socia senior de su compañía y no puede permitirse distracciones en la oficina que la desvíen de este propósito. Por ello, se ha ganado fama de antipática entre sus compañeros, pero, al mismo tiempo, es tan buena en su trabajo que todos han tenido que recurrir a su ayuda en algún momento.
No les desagrada, pues incluso la han invitado a salir después de la jornada -en varias ocasiones-, pero Mayu siempre rechaza las invitaciones con el argumento de que tiene pendientes por resolver.
Hoy, jueves, ha sido un día particularmente duro en el trabajo, y esta chica ha tenido que salvar la jornada en varias ocasiones. Mientras resuelve contingencias, Mayu ha estado fantaseando con llegar a casa y echarse en el sillón, con una cerveza en mano, para escuchar su respiración y distinguirla del silencio que desea como aderezo de esta apetitosa escena.
Luego, le encantaría poder tomar un baño y sentir que el agua le arranca la rutina del cuerpo y le permite percibir cada centímetro de su piel, hasta reconstruir un mapa exacto de sus huesos, músculos, folículos y articulaciones.
Tras la ducha, una taza de té y algún platillo delicioso que se prepararía especial y cuidadosamente para la ocasión y, después, retomar alguna lectura pendiente o tal vez mirar un poco de televisión, como pretexto para imaginar todos esos posibles futuros que considera inalcanzables, o para escuchar y abrazar un poco sus pensamientos, o simplemente para regresar al silencio y contemplarlo, con la parafernalia del show bussiness como música de fondo.
Después, imagina aterrizar en cama, rozar un poco aquellas sábanas que le cuidan el sueño cada noche, y jugar un poco a tocar tímidamente sus ingles y observar a la piel contraerse.
A partir de ahí, le gustaría sentir ese desborde lento, húmedo e inexorable que nace en sus entrañas hasta asomarse por la vulva; aproximar las yemas de los dedos para explorar esta bahía en que el oleaje amenaza ya con desbordársele; y emprender finalmente la minuciosa expedición -sin prisa-, hasta arribar a esa explosión fatídica que desarticule su espíritu del cuerpo por algunos instantes.
Le encantaría entonces dejarse caer durante algunos minutos –exhausta-, para abrazar los jadeos y sentir esa otra humedad, que desde su frente emprende rutas insospechadas y termina por colisionar en sus sábanas. De ahí, una vuelta rápida al baño para asearse un poco, y de regreso a la cama, rumbo al territorio onírico.
Hoy ha tenido esta fantasía tres veces. Regresa de la ensoñación cada vez más emocionada pero, al mismo tiempo, lo hace con la ineludible sensación de culpa de quien ha desperdiciado minutos valiosos para la resolución de problemas reales.
Por la noche, al salir de la oficina, Mayu vuelve a imaginar distintos escenarios de disfrute mientras va camino a casa. Luego de 35 minutos de viaje, finalmente estaciona el auto, sube las escaleras de su edificio y toma las llaves de su bolso para abrir la segunda puerta del pasillo de la izquierda.
Ni bien ha terminado de girar la perilla, Keimusho, su novio, aparece en la entrada y la recibe con un beso cálido, aunque prudente. Mayu recuerda de pronto que hace dos años ha decidido iniciar una vida con él, y que ahora comparten hogar. No siempre tiene activo ese recuerdo.
En particular hoy, tras las ensoñaciones, lo ha olvidado y, por eso, una sensación de desilusión visita su mente al verlo, aunque la reprime rápido. Ella estuvo convencida, en su momento, de tomar este paso y no debe dar marcha atrás, pese a la sensación de insatisfacción que ocasionalmente experimenta al compartir espacio con este sujeto.
Luego de superar esta breve duda, ha notado que Keimusho está vestido de forma elegante. Al menos más que de costumbre. Le dedica una mirada suspicaz, tras lo cual el muchacho sonríe y le devela el plan de esta noche: uno de sus colegas de trabajo le ha contado de un lugar nuevo, en el que se puede bailar y beber hasta tarde, y ha decidido que esta noche es una buena ocasión para explorarlo.
Mayu siente una pereza inmensa tan sólo de escuchar el plan, pero despide -con un dejo de tristeza- sus ensoñaciones de este día, para comenzar a vestirse para la ocasión. No quiere contrariar a Keimusho y piensa que tal vez sea bueno hacer algo diferente. Más bien, intenta convencerse de ello.
Durante una hora Mayu prácticamente no ha cruzado palabra con Keimusho. No ha hecho falta. Por un lado, el muchacho se ha dedicado a platicarle sobre su día, sin preguntarle nada sobre el de ella, y por otro, insiste en apresurarla mientras charla.
No es la primera vez que lo hace -y ella odia esa estresante rutina-, pero algo en su interior le impide poner un alto. A veces se siente culpable por no asumir de forma optimista la actitud de Keimusho; y otras, imagina que si detiene la actitud impetuosa y nefasta de su novio, le romperá el corazón y terminará por destruirlo. Desde pequeña ha fantaseado con la idea de que sus palabras destruyen.
Últimamente ha intentado algo nuevo para relajarse un poco ante este escenario. En cuanto Keimusho comienza a hablar, toma -al azar- cualquier palabra de su relato interminable, y a partir de ella comienza a imaginar una historia, de esas que le contaba su mamá cuando era niña, con grandes y arriesgadas aventuras y finales esperanzadores.
Se ha percatado que desde que comenzó con esta costumbre, el tiempo se consume más rápido y ella puede concentrarse en lo que esté haciendo en ese momento. En esta ocasión le ha funcionado de maravilla. Sólo 25 minutos después del aviso de Keimusho sobre el plan para esta noche, Mayu está lista, sobre el asiento del copiloto, resignada a acudir a una velada que apunta a ser insufrible.
Tras llegar al lugar, que no le ha dado buena espina desde la fachada, observa a Keimusho entrar triunfante y dirigirse hacia la mesa en la que les aguardan los compañeros del trabajo, que celebran con júbilo la llegada del muchacho pero, sobre todo, que llegue con su acompañante, que ahora luce como trofeo de una épica masculina inédita. Incluso, por un instante, Mayu sospecha que alguna apuesta está involucrada en tan efusiva celebración.
Keimusho se reúne con sus colegas, casi como en cofradía infantil, para repasar las anécdotas del día. Mayu se sienta del otro lado de la mesa, con las parejas de quienes protagonizan esta saga, que ya conoce bien por estas reuniones, pero con quienes difícilmente encuentra algún tema interesante de conversación.
Dos cosas juegan a su favor en esta ocasión: con el paso de las reuniones ha encontrado algunos asuntos superficiales de plática que le permiten consumir tiempo, pero además ahora ha llegado mientras una de ellas, aburrida por supuesto, ya se desarrolla, y no tiene más que saludar y sumarse –callada-, para cumplir con el requisito.
Las personas de este grupo charlan sobre el reciente boom de monedas virtuales, que de hecho es un tema que domina por sus tareas profesionales, aunque le parece un asunto sin sentido, creado por los financieros contemporáneos para engañar bobos.
Pese a que podría opinar algunas cosas, decide mejor escuchar las opiniones desinformadas y absurdas de quienes le acompañan. En el fondo, le gustaría que la plática girara en torno a temas más relevantes como el poco tiempo que dedicamos a una buena lectura, o lo mucho que consumimos cosas inútiles de forma cotidiana.
Cuando piensa en esos asuntos, Mayu siente que está rebelándose un poco de su vida secuencial y predecible. Siente que por unos instantes se retira la pesada máscara que lleva a diario y puede respirar hasta hinchar los pulmones. Siente, en suma, que esas conversaciones –que sostiene casi siempre sólo consigo misma- la aproximan a vivir.
De hecho, -reflexiona- cada vez más ha sentido la necesidad de brindarle espacio a esas ideas y anhelos. Cuando lo hace experimenta, por supuesto, una sensación de desprendimiento de la vida corriente, pero sobre todo, se siente transportada a un mundo distinto, como si por momentos asumiera otra nacionalidad, o mejor aún, como si se exiliara hacia un territorio nuevo y maravilloso.
Mientras repasa estas ideas, se da cuenta que la conversación ha dado un giro hacia la música que suena actualmente en las estaciones de radio –otro tema que le aburre demasiado-, y que además en el transcurso de la charla anterior nadie le ha pedido opinión.
Se le ocurre entonces, en forma traviesa, poner en marcha un experimento. Durante el presente tema, hará comentarios absurdos para ver las respuestas de sus acompañantes. Luego de la más reciente intervención alcanza a soltar algo así como: ¡en realidad Mozart es lo que los DJ están programando ahora con mucha fuerza!
La persona a su lado la ha volteado a ver con cierta curiosidad. En realidad pareciera más como si le preocupara no haber escuchado a ese Mozart que tan de moda está por estos días. Para disimularlo, le contesta a Mayu con un tímido: es cierto.
El resto le dedica una mirada de cuatro segundos a Mayu, mientras asienten fastidiados, en una clara actitud de ignorarla, y regresan a comentar la opinión de la persona previa. La chica se ha divertido mucho con este primer intento y decide continuarlo. Luego de unos cinco comentarios más, su grupo está completamente desconcertado por las intervenciones y han terminado por responder con ideas aún más absurdas.
A Mayu le resulta cada vez más difícil contener la risa, así es que ha decidido ir a la barra por un trago. De regreso, observa a Keimusho discutir acaloradamente con sus colegas, ya en franco estado de ebriedad. Tal vez es hora de anunciar la retirada, o el muchacho se pondrá inaguantable.
Se aproxima a su novio y lo retira un poco del grupo. Keimusho reacciona algo violento y le pide que no lo mueva de donde está, mientras jala el brazo en sentido contrario. Mayu se siente asustada, pues aunque el muchacho tiene un carácter fuerte, nunca lo ha visto reaccionar con tal ira.
Le pide que se tranquilice, mientras le explica que ya es tarde y que al día siguiente aún hay que ir a trabajar. Keimusho la observa con la mirada desbordada en cólera y comienza a reclamarle por asuntos intrascendentes, al menos desde la opinión de Mayu, que ahora está absolutamente desconcertada y comienza a voltear hacia la salida, para huir lo más rápido posible.
Uno de los colegas de Keimusho advierte la escena y avisa al resto, que acuden ahora al rescate de la muchacha. Luego de algunos forcejeos, convencen al borracho impertinente de que es momento de irse y lo tranquilizan. Mayu no quiere estar al lado de este tipo, y siente que algo en su interior está a punto de explotar con la misma fuerza que los reclamos que acaba de experimentar, pero decide guardar el enojo un rato y resolver –como de costumbre- el problema práctico.
Sube al auto a Keimusho, con la ayuda de sus colegas, y emprende la retirada. En el camino, las ideas fluyen libres por su mente. Algunas de ellas la invitan a retomar las ensoñaciones de esta tarde, para escapar un poco de esta prisión, mientras que otras alimentan en ella una naciente vocación de bomba que espera sólo una caricia del viento para emerger con fuerza.
Keimusho se ha quedado dormido en el camino, y eso le ha facilitado el traslado y le ha permitido acomodar un poco las emociones. Lo despierta con calma y lo guía hasta la cama. Una vez ahí, cierra la puerta de la recámara y se dirige al baño ubicado en la sala, para quitarse el atuendo, lavarse y prepararse para dormir. Al salir, se dirige al sillón mientras toma una frazada pequeña. No desea estar cerca del muchacho por ahora.
Al día siguiente, la comunicación entre ambos es apenas la elemental. Keimusho se siente culpable, pero no expresa su arrepentimiento. No obstante, esto no parece ser un problema para Mayu, que desde ese día ha estado ensoñando cada vez más.
Sobre el muchacho, experimenta una suerte de corto circuito: aunque intenta sentir alguna emoción, algo se ha quebrado desde el incidente y no se siente capaz de enojarse con él, pero tampoco de ilusionarse con la posibilidad de la reconciliación.
Él, por su parte, está convencido que en algún momento ella intentará retomar la plática y arreglar las cosas, como siempre lo ha hecho, y comienza a abandonar ese estado de culpa. Se siente cada vez más pleno y en control de las cosas.
Ha pasado una semana desde el incidente y Mayu está, de nuevo, enfocada en resolverle problemas a su empresa. Sus colegas nuevamente han hecho un intento por invitarla a salir, que en esta ocasión ha resultado exitoso. La chica ha pensado que es una buena excusa para no llegar a casa pronto y ha decidido finalmente aceptar.
Para iniciarla adecuadamente en esto de las salidas por un trago, le han elegido un bar muy acogedor, ubicado en un sótano, en el que acuden con frecuencia a escuchar música y charlar sobre los dramas de oficina. Aunque Mayu no se siente particularmente emocionada por el lugar, al menos es mejor que aquel en el que tuvo el incidente con Keimusho.
A diferencia de la semana anterior, los colegas de Mayu comienzan a preguntarle por sus gustos e historia. Una diferencia agradable y estimulante, piensa la chica. No les cuenta muchos detalles de su vida, pero sí los suficientes para que todos comenten cosas personales y ella pueda conocerles mejor.
Conforme avanza la velada, incluso se ha animado a cantar un par de canciones con el resto y a reír con los malos chistes de un par de compañeras que siempre amenizan las reuniones con esos relatos. Aunque no le gustaría repetir la experiencia cada semana, Mayu siente que ha valido la pena arriesgarse y que puede salir con este grupo de vez en cuando.
Se ha sentido muy relajada, pero sobre todo, libre, envuelta en un capullo de mismidad, que no había experimentado desde hacía mucho y que ahora está dispuesta a recuperar. De camino retorna a las ensoñaciones, pero en esta ocasión como un acto de resistencia consciente a la prisión en la que ha vivido durante los dos años anteriores.
Sube las escaleras mientras experimenta una emoción mezclada con angustia. Está con la mente y el corazón claros por primera vez en su vida y sabe muy bien lo que hay que hacer.
Entra al departamento y encuentra a Keimusho echado en el sillón, viendo una película. El muchacho la invita a sentarse, con una actitud de despreocupación, pero ella se niega y apaga el televisor. Antes de que él reclame, le dice que ya no quiere vivir con él ni estar en esa relación. No le da mayores detalles, pero le pide que se tome máximo una semana para encontrar otra vivienda y llevarse sus cosas.
Keimusho intenta reclamar de forma airada y agresiva, pero ella se retira de la sala de inmediato y cierra su recamara con seguro. El tipo está desconcertado y aguarda algunos minutos, inmóvil, hasta que comprende que no logrará nada ese día.
Esa noche, se va a dormir al departamento de un amigo y vuelve al día siguiente para insistir en la reconciliación, ahora en una actitud más conciliadora. Mayu mantiene su postura y le recuerda que tiene una semana para llevarse sus cosas. Al día siguiente, Keimusho insiste, ahora en tono suplicante, pero recibe una final negativa. El muchacho, resignado, se lleva sus cosas en el tiempo acordado.
Mayu ha recuperado su respiración ancha y plena. Siente que finalmente tiene todas las posibilidades del mundo ante ella, y no piensa desaprovecharlas. Ha estado investigando sobre lugares para vacacionar y ha encontrado una estupenda cabaña, entre las montañas, que ha decidido alquilar por dos semanas.
Luego de esto, hace el aviso en su empresa de que, por fin, tomará aquellas largas vacaciones que le deben desde hace cinco años y que deja todos los pendientes en orden y a personas que pueden hacerse cargo de ellos durante esta pausa. Aunque su jefe lo ha tomado con molestia, no puede negarle la solicitud, y le ha deseado un feliz descanso al final de la jornada. Al día siguiente, parte rumbo al anhelado destino. Está convencida que ahí encontrará esa burbuja libertaria que tanto ha ensoñado recientemente, pero sobre todo, está segura que la volverá parte permanente de su vida, la convertirá en ese espacio al cual regresar siempre que necesite reencontrarse.