A veces valoramos demasiado el orden. Debe ser un vicio antiguo de la humanidad. Si lo pensamos bien, el orden sirve en buena medida para lidiar con la angustia que surge de una condición humana trágica: vivir es incierto.
Si se pudiera identificar una época de la vida en la que todo esto resulte menos cierto (¡y dale con esa manía de otorgarle un orden y un sentido a las cosas!), esa sería sin duda la adolescencia: ese territorio abierto al caos donde la angustia se puede procesar de múltiples formas (algunas más interesantes y entretenidas que otras, por cierto).
Fue precisamente bajo la nacionalidad de la adolescencia que 4 pubertos saltillenses iniciaron un sueño: encendieron una pequeña chispa con pretensiones de fogata. Fue en casa de Erubiel, si la memoria no nos falla (cosa menos incierta que la vida misma a nuestra edad).
Tal como se dijo líneas arriba, la adolescencia es el territorio del caos. Esto mismo nos exenta de explicar en forma coherente el origen de la chispa. También nos permite dejarles a ustedes, estimadísimos lectores, la ardua tarea de todo aquel que se presuma científico: hipotetizar. Así es que pueden especular todo lo que quieran respecto al origen, pero el hecho es que un buen día, 4 amigos saltillenses (y algunos agregados culturales más) decidieron que querían leer poesía de autores consagrados a la luz de la vela, una vez a la semana, luego de haber jugado una cascarita en las canchas de la prepa y previo a la película porno de rigor, proporcionada por un distribuidor semi-clandestino que poseía un doctorado en física (lo lamentamos por aquellos que siguen pensando que la ciencia paga).
Así es que en aquella mesa redonda con mantel de plástico color mostaza recorrimos a Becker, Acuña, Neruda y cuanto escribiente de prestigio se fuera atravesando en nuestro camino.
El orden es, sin duda, el padre de la rutina. No obstante, este padre amoroso tiene tendencias polígamas. En una de sus tantas escapadas con la mismísima incertidumbre engendró a un medio hermano que gusta de molestar constantemente a rutina: el cambio (un economista muy particular de principios del siglo XX, de apellido Schumpeter, luego de analizar una cosa extraña llamada destrucción creativa, le llamaría innovación).
El asunto es que este muchachito insolente que tanta angustia causa a rutina se presentó un buen día en nuestra mesa, en labios de uno de los miembros de la mesa redonda color mostaza (no éramos precisamente el círculo artúrico… más bien medio telúrico por aquello de traer la hormona a mil por hora), quien súbitamente rompió con todas las reglas. -Hoy quiero leer un poema que escribí- dijo sin más. Nadie se opuso ante tal propuesta. Más aun, como virus que se propaga y todo lo destruye (creativamente, como dijo Schumpeter), todos los demás comenzamos a escribir y presentar nuestros propios textos.
La mayoría recurríamos a la rima fácil. Otros más aventureros aprovechaban el espacio para hacer confesiones que asustarían al mismo Freud. Uno más (ninguno de los miembros de este blog, por cierto) con gran visión, recurrió al plagio (que hoy en día hemos encumbrado tanto con el nombre de Benchmarking) con resultados satisfactorios, en tanto nadie más se dio cuenta.
El inicio de este proceso creativo, así como el progresivo abandono de la apreciación por las artes pornográficas, fue atrayendo a cada vez más asistentes a nuestras tertulias. Hombres y mujeres de diferentes orígenes -y planetas, en algunos casos- comenzaron a aparecer ante la mesa redonda (que cada vez resultaba más insuficiente para nuestros propósitos). Alguien, entre aquella maraña de cuerpos, humo, comida y cada vez menos poesía se atrevió a sugerir que deberíamos publicar los textos que presentábamos. Surgió así una primera idea que más bien parecía el mismísimo monstruo de Frankenstein: alrededor de 15 autores diferentes, cada uno con intenciones de publicar entre 15 y 25 textos (que algunos nos atrevíamos incluso a llamar poemas). Ante tal sinsentido, la mesa plástica redonda de tonos mostaza y saturada de personas terminó por romperse.
Unos meses después algunos sobrevivientes de aquel sueño nos reunimos a recoger lo rescatable de aquella aventura y decidimos continuar el rumbo con un poco más de mesura y seriedad. Seríamos sólo 7 autores y cada uno aportaría un máximo de 10 textos. No obstante, el plan terminó por quedarse en las palabras y algunas buenas intenciones.
Transcurrieron algunos años más (y cualquier lector avispado bien podría calcular entonces la edad de estos blogeros sin dificultad) antes de que estos cuatro sobrevivientes decidieran retomar el proyecto en forma: cada uno aportaría 5 textos. Decidimos además escribir un poema conjunto que hilara de alguna forma los estilos de todos.
El destino es un niño que toma decisiones de niño: generalmente muy sabias y poco contaminadas de mundo, pero los adultos suelen no entenderlas. Quiso este infante sabio que aquel proyecto más maduro y mejor intencionado nunca saliera a la luz. Incluso aquel poema conjunto terminaría traspapelado y, a la postre, perdido.
Cada uno de nosotros siguió acumulando experiencias, saberes, transmutaciones (varias de ellas relacionadas con la suma de kilos, la resta de cabello, la multiplicación de arrugas y otras monstruosidades matemáticas). Todos anduvimos camino, a nuestra forma, hasta que la vida nos reunió de nuevo en torno a este proyecto que hoy inicia.
El atanor (athanor) es una vasija (a veces comparada con una cocina o un laboratorio) mediante la cual los alquimistas representaban al alma humana. El atanor es el espacio donde surgen las transformaciones del alma y éstas dependen de la existencia del fuego (Ignis) y de cómo se regula éste. Ignis Athanor está pensado, entonces, como un espacio (a veces pequeño, a veces no tanto) donde encender la llama de nuestras almas y de todo aquel que desee sumarse, mediante el intercambio de ideas y de todos aquellos saberes que hemos ido acumulando con los años.
Es, en pocas palabras, un intento por recuperar aquella mesa redonda -ahora un poco más virtual y un poco menos mostaza y plástica- y dialogar. Esperamos que esta mesa sí pueda albergar a muchos participantes. Bienvenidos.