Alguna vez emprendí la lectura del Evangelio según Jesucristo, del mismo autor. Algo me hizo dejarlo a un lado, y todavía anda penando en mi biblioteca esperando que le dé otra oportunidad.
Ahora, tuve la excelente idea de obsequiarle el Ensayo sobre la ceguera a una persona que amablemente me lo prestó una vez terminado, acompañándome el ejemplar de una buena recomendación hacia el mismo.
La historia, como bien sabe quien ya lo leyó o quien vio la mediana película de Fernando Meirelles, narra la historia de una epidemia de ceguera que de súbito arrasa un país entero. Es una condición inexplicable y sin cura, enteramente desconocida y particularmente especial, pues las víctimas se llenan de luz, y sus ojos no ven más que blanco absoluto. Ceguera blanca, pues.
Sin embargo, como el título lo asienta, la ceguera no es otra cosa que un pretexto de José Saramago para hurgar en lo superficial y en lo profundo del espíritu humano, para poner en evidencia nuestra flaqueza como civilización, la rápida caducidad de los así llamados valores, y poner en entredicho la solidaridad humana.
Cierto que los protagonistas van tejiendo a base de desventuras su propia red de complicidad, apoyo y compasión, incluso amor, pero el tono de la narración va más encaminado a mostrarnos, con crudeza en la cadenciosa prosa del portugués, nuestra ya pregonada fragilidad física y la sencilla voluntad de lobo cruel que poseemos todos los hombres.
Hace mucho tiempo que no me desvelaba con la lectura de una novela, pero esta vez tuve que leer las últimas 200 páginas (la mitad del libro) en una madrugada de fin de semana.
Un buen libro, sin duda.