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Lunes – Rainer Maria Rilke – La fuga

Dos jóvenes planean una fuga. Se aman, odian al mundo perverso que los aleja. Él no duerme, ella escribe cartas. El tiempo apremia en esa juventud con ataduras. Ella toma decisiones, el duda y teme.

Un cuento breve, tierno. 

Martes – H. P. Lovecraft – Los otros dioses

Un hombre y su discípulo retan a los dioses al subir una montaña prohibida. Más allá, los dioses se revelan menores, ante la presencia del infierno exterior, como bellamente lo define Lovecraft. El hombre enloquece, el pupilo retorna vagamente. El pueblo busca inútilmente al expedicionario otrora altivo.

Miércoles – Nikolai V. Gogol – La Feria de Sorochinetz 

Un hombre se presenta en la feria para vender su trigo. Lo acompañan su esposa y una joven y bella hija. Inevitablemente, la historia se decanta por los líos propios del romance más que del comercio. Un chico se prenda de la joven y gana el favor del suegro en el fragor de la taberna. El cuento se desvía hacia una leyenda local, que asegura que el diablo, sí, el mismísimo diablo ronda el lugar de la feria y se pasea entre los concurrente. El personaje maligno busca su casaca roja, que está repartida en jirones por todo aquel territorio desde hace tiempo.

La historia tiene altibajos, pero deja un grato sabor de boca.

Jueves – William Faulkner – El oso

Cuatro años persigue un chico la huella de un viejo oso indomable y salvaje. La búsqueda de la bestia le revela el honor y el propio conocimiento. La prosa de Faulkner se yergue como ese animal mitológico que recorre los bosques de un cuento en el que no cabe. Una lectura suculenta, un personaje íntimo, un paisaje que huele a humedad y hojas de otoño.

Y un oso, claro.

Viernes – C. S. Lewis – Ángeles tutelares

En la pretendida quietud de un nuevo planeta, la expedición en Marte recibe luego de largo período un regalo supremo: dos mujeres llegan a bordo de la nave, para dar a los hombres el beneficio de su amor y calor. La expedición espera entusiasta la vista magnífica de las ninfas que habrán de salvar su alma y despertar su sed. Oh, sorpresa: sólo son dos mujeres viejas y desagradables, ni una sola chispa de luz en aquel mediodía sideral.

El cuento, por lo demás, es una prosa barata, un sinsentido, una carencia de ritmo. Lewis, forgive me.

Sábado – J. L. Borges – La moneda de hierro

La fina escritura del estimado hombre del sur.  Poco se puede describir de la poesía, no es dable el resumen ni la reseña. Diré que existe por lo menos una frase rotunda en cada poema de Borges. Una imagen amarga o dulce en la punta de la lengua y una tensión en las yemas de los dedos cuando se lee esta moneda lanzada al aire.

Me quedo, del poemario, con su Elegía del recuerdo imposible, La pesadilla, El inquisidor. No sigo porque terminaré transcribiendo hasta el prólogo del propio autor. Bueno, ya no me aguanto aquí va una frase:  «Bien cumplidos los setenta años que aconseja el Espíritu, un escritor, por torpe que sea, ya sabe ciertas cosas. La primera, sus límites. Sabe con razonable esperanza lo que puede intentar y ‑lo cual sin duda es más importante‑ lo que le está vedado. Esta comprobación, tal vez melancólica, se aplica a las generaciones y al hombre.»

Domingo – R. L. Stevenson – La costa de Falesá

Un inglés llega una isla de los mares del sur, antes de establecerse deben elegirle una mujer para que no sienta tanto la soledad. «Todas estaban vestidas con sus mejores ropas por el arribo del barco, aunque las mujeres de Falesá son hermosas lo mismo«; se queja de que su único defecto es contar con amplias caderas. Yo me río. ¿Quién lo considera un defecto?

Una mezcla de razas, una confusión de dialectos e ideas. El licor fluye alegre entre la costa ardiente y la vegetación vigorosa. La joven isleña que se convierte en su esposa, será asimismo su consejera y traductora. Rápido surjen las conspiraciones y el crimen.

Lean a Stevenson, es saludable.