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Tenía que llevar mi guitarra al otro lado de la habitación, y debido al estado de zona de guerra en que se convierte mi recámara al cabo de dos semanas tras cada limpieza -ya casi obtengo la declaración de la ONU-, la forma más sencilla era cruzando la cama. Yo usaba botas vaqueras, como todos los fines de semana, alejado de la oficina en que me obligan a usar zapatos lustrosos y la camisa dentro del pantalón, pero nadie me veía, así que incluso pisé las sábanas.

Cuido más mi guitarra que mi cama, por supuesto. En parte porque es nueva, y la presumo con mis amigos:

-Tengo una nueva guitarra, Quique.

-¿Acústica o electroacústica? ¿Cuerdas de nylon o de metal? ¿Color? ¿Mejor que la Yamaha que tenías?

Entonces nos ponemos a planear nuestra vida a partir de allí, y concluimos que haremos un dueto para tocar covers de Johnny Cash. Establecemos prioridades: yo debo aprender a tocar country, y Enrique debe comprarse una guitarra.

(Continuará…)