Me gusta la Historia de la Filosofía, porque difícilmente leo una obra de Lebniz y nunca me he acercado a Schopenhauer. Me gustan los blogs de cine, porque es cómodo que sean otros quienes desmenuzan una película que no has decidido si fue buena o poco menos que aceptable. Me gusta la obra de Borges, porque en un cuento de diez páginas repasa cinco teorías filosóficas y tres libros de siglos pasados. Me gustan las novelas de Eco porque en una sola obra (eso sí, de más de quinientas páginas) me habla de veinte siglos y cientos de personajes que de otra forma no habría conocido. Me gustan las enciclopedias, porque un solo artículo me ahorran cinco lecturas fundamentales para entender un concepto. Me gusta Internet, porque las búsquedas se reducen a escasos minutos y no a horas indagando en lo índices indescifrables de veinte libros distintos. Me gusta creer que me gusta la literatura, pero más me gustan las pláticas derivadas de la lectura aún no emprendida, de los autores aún no leídos, y de los poemas futuros que tal vez jamás voy a escribir.